lunes, 21 de diciembre de 2015

En la tierra prometida

Antes de su muerte, Moisés designó como jefe de su pueblo a Josué. Él se pondría al frente de los Israelitas para hacerlos entrar en Canaán, el  país en que habían vivido Abrahán, Isaac y Jacob. Pero los pueblos que vivían en Canaán no querían que los israelitas confiaron en la promesa de Dios. No dejaron que les echaran. Poco a poco fueron conquistando el país. Construyeron aldeas y vivían de la agricultura, lo mismo que los cananeos.

Los israelitas aprendieron de los cananeos muchas cosas: cuándo hay que sembrar el grano o cuándo hay que vendimiar; aprendieron hacer buenas comidas y a confeccionar ropa. Pero en una cosa no debían imitar a los cananeos, si querían permanecer fieles a la alianza  que habían hecho con Dios: No debían adorar ni servir a los dioses de los cananeos. A los israelitas les costó guardar este mandamiento, pues los cananeos tenían lugares de culto por todas partes, en las tierras, en los montes y bajo la sombra de altos árboles, y allí adoraban a sus dioses, pidiéndoles lluvias y buenas cosechas.

En aquel tiempo, los israelitas tuvieron una nueva experiencia: Mientras permanecían fieles a Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, él los protegía y los bendecía pero, cuando le eran fieles, caían sobre ellos calamidades y tribulaciones. Ahora bien, si se volvían a Dios, confesaban sus culpas y le pedían perdón, él los miraba otra vez con amor y los bendecía (Jos; Jg)

    
                                                    Figura 1: En la tierra prometida   Fuente: Internet

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