lunes, 21 de diciembre de 2015

Proverbios de Salomón

Un hijo de sensato es la alegría de sus padres; un hijo necio les causa aflicción (10, 1).
El odio provoca reyertas; el amor crea armonía (10, 12).
El que ayuda a otros recibirá ayuda; el que da de beber al sediento nunca morirá de sed (11, 25).
El que va por caminos rectos tiene en cuenta a Dios; el que va por caminos torcidos lo menosprecia (14,12).
El que desprecia al prójimo peca; feliz el que se apiada de los que padecen necesidad (14, 21).
El que no quiere escuchar el clamor del pobre pedirá ayuda y nadie lo escuchará (21, 13).

Salomón edifica una casa para Dios

El rey David murió y fue enterrado en Jerusalén. Su hijo Salomón gobernó en Israel.

Salomón era un rey sabio. Sabía lo que es justo y lo que es injusto. En Jerusalén edificó para así un palacio y construyó una casa para Dios: el templo. En él depositó el arca santa. En el día de la dedicación del templo, Salomón oró así: ¡Señor, Dios mío! prometiste estar cerca de nosotros en este templo. ¡Escucha mi oración! ¡Escucha a todos los que te invoquen en esta casa! ¡Escúchanos, Señor, y perdónanos nuestras culpas!

Salomón no tuvo que meterse en guerras como su padre David. Concertó tratados con otros pueblos. Fomentó le comercio y envió naves para que cruzaran los mares. Se enriqueció mucho. Hizo que vinieran artesanos extranjeros, y se casó con mujeres extranjeras. Los extranjeros que habían venido al país invitados por Salomón permitió que en tierra de Israel esas personas levantaran altares a sus Dioses. Salomón oró a los Dioses de los extranjeros y les rindió adoración. De esta manera traicionó al único Dios verdadero. Quebrantó la alianza (1 Re 2-11).


                                        Figura 1: Salomón edifica una casa para Dios Fuente: Internet

Un cántico de David

Señor, tú eres mi pastor;
y no me falta de nada.
Me llevas a verdes praderas
y a lugares tranquilos junto a las aguas.
Me guías por caminos seguros.
Aunque camine por quebradas oscuras,
no tendré miedo,
porque tú estás conmigo (véase Sal 23).

David, rey de Jerusalén

Después de la muerte de Saúl, David fue proclamado rey sobre todo Israel. Conquistó Jerusalén y la convirtió en capital de su reino. Hizo traer a Jerusalén el arca santa con las tablas de la ley, en las que estaban grabados los mandamientos de la alianza. David quería que Jerusalén fuera la cuidad de Dios.

David confiaba en Dios. Quería guardar la alianza concertada con Dios. Una vez que hizo una cosa mala, confesó su culpa y pidió perdón a Dios. Un día, David mandó llamar a Natán. Natán era un varón a quien Dios había designado como portavoz: era un profeta. David dijo a Natán: Yo vivo en un magnífico  palacio, pero el arca Santa sigue albergándose en una tienda. Quiero construir para Dios una casa.

Al día siguiente, volvió Natán para ver a David y le dijo: Dios no quiere que construyas para él una casa. Al contrario: él construirá para ti una casa: una casa viva. Cuando tú mueras, tu hijo reinará sobre el pueblo de Dios. Estas palabras tienen vigencia para siempre. Por eso; el pueblo de Dios cree que el gran  salvador,  el mesías  prometido  por  Dios a los    hombres, nacerá   de  la familia de David (2 Sm 7).



       Figura 1: David, rey de Jerusalén  Fuente: Internet

David, el pastor de Belén

David, de Belén, fue el segundo rey de Israel y el más insigne  de todos. Confiaba en Dios y Dios estaba con él. Por eso, el pueblo de Dios no olvidará el nombre de David. En Israel se refieren muchas historias sobre David.

David era el hijo menor de Jesé. Estaba cuidando de las ovejas cuando llegó Samuel a ungirle  por rey. David era buen pastor: Conocía y amaba a sus ovejas, y no corría atemorizado cuando un León o un oso aparecía rugiendo. David era valiente. No tenía miedo a los enemigos de Dios y de su pueblo. Se cuenta de él que, siendo un muchacho, fue a ver a sus hermanos, que estaban en el campamento. Allí se enteró de que un grandullón forzudo, el gigante Goliat, se burlaba de los israelitas y de su Dios. Ningún israelita se atrevía a luchar  con Goliat. Pero David le dijo: Te vas a enterar de lo fuerte que es el  Dios de Israel. Pus una piedra en su honda, la hizo girar velozmente sobre su cabeza u la lanzó, alcanzando en medio de la frente al gigante Goliat, que cayó a tierra.
Los enemigos tuvieron miedo. Ya no quisieron luchar contra Israel. Salieron corriendo.

David sabía cantar canciones y tocar el arpa. En el libro de los salmos, que es el cantoral del pueblo de Dios, hay 150 cánticos como los que cantaba David.

Durante algún tiempo, David vivió con el rey Saúl. Cuando Saúl se ponía triste, David tocaba el arpa, Y entonces Saúl volvía a estar alegre. Como Dios estaba con Saúl, éste era capaz de vencer a sus enemigos. Por eso, Saúl le nombró jefe de su ejército. Pero, como David triunfaba y el pueblo lo aclamaba con entusiasmo, Saúl tuvo envidia. Quiso eliminar a David. Durante años, David, con un grupo de amigos, tuvo que ocultarse para escapar de Saúl.

Los filisteos volvieron a atacar a Israel, pero el ejército de Saúl no pudo contener el ataque, En la serranía de Gelboé murieron los tres hijos de Saúl. También Saúl resultó gravemente herido. Y se dio muerte a sí mismo dejándose caer sobre su propia espada (1Sm 16-31).


                                                            Figura 1:  David, el pastor de Belén Fuente: Internet

El pueblo quiere tener un rey

Los israelitas se repartieron las tierras de tal forma que cada de las doces grandes tribus recibiera su propio territorio. Los ancianos de las tribus repartieron las tierras entre familias. Cada familia recibió suficiente terreno para su sustento.

Las tribus vivían independientes. Pero contra el enemigo se defendían unidas. En esas ocasiones, Dios les enviaba un salvador que les sacaba del peligro.

Sin embargo, a Israel se le hizo muy difícil confiar únicamente en Dios y aguardar a que a que él enviase un salvador en cada  una de las situaciones de peligro. Ellos querían tener un caudillo permanente, un rey. Samuel era un salvador enviado por Dios. Preguntó al pueblo: ¿Queréis de veras inclinaros ante un hombre, trabajar para él, pagarle impuestos? Y los representantes de las tribus dijeron: Queremos ser como los demás pueblos.

Que un rey nos diga lo que es justo y lo que no es justo.
Que un rey sea nuestro jefe en tiempo de guerra.

Dios dijo a Samuel: Escucha lo que los hombres dicen. No te han rechazado a ti, sino a mí. Entonces Samuel, por encargo de Dios, ungió a Saúl por rey de Israel. Dios le concedió su Espíritu. Saúl habría sido siempre un buen rey si hubiese confiad de corazón en Dios. Pero Saúl no quería fiarse de nadie, ni siquiera de Dios. No depositaba su confianza en nadie. Se llenó de tristeza y se extravío. Dios no estaba ya con él. Por eso no era ya capaz de acaudillar ni defender al pueblo de Israel (1 Sm 8-15).


                                                            Figura 1: El pueblo quiere tener un rey  Fuente: Internet

En la tierra prometida

Antes de su muerte, Moisés designó como jefe de su pueblo a Josué. Él se pondría al frente de los Israelitas para hacerlos entrar en Canaán, el  país en que habían vivido Abrahán, Isaac y Jacob. Pero los pueblos que vivían en Canaán no querían que los israelitas confiaron en la promesa de Dios. No dejaron que les echaran. Poco a poco fueron conquistando el país. Construyeron aldeas y vivían de la agricultura, lo mismo que los cananeos.

Los israelitas aprendieron de los cananeos muchas cosas: cuándo hay que sembrar el grano o cuándo hay que vendimiar; aprendieron hacer buenas comidas y a confeccionar ropa. Pero en una cosa no debían imitar a los cananeos, si querían permanecer fieles a la alianza  que habían hecho con Dios: No debían adorar ni servir a los dioses de los cananeos. A los israelitas les costó guardar este mandamiento, pues los cananeos tenían lugares de culto por todas partes, en las tierras, en los montes y bajo la sombra de altos árboles, y allí adoraban a sus dioses, pidiéndoles lluvias y buenas cosechas.

En aquel tiempo, los israelitas tuvieron una nueva experiencia: Mientras permanecían fieles a Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, él los protegía y los bendecía pero, cuando le eran fieles, caían sobre ellos calamidades y tribulaciones. Ahora bien, si se volvían a Dios, confesaban sus culpas y le pedían perdón, él los miraba otra vez con amor y los bendecía (Jos; Jg)

    
                                                    Figura 1: En la tierra prometida   Fuente: Internet