Pronto se arrepintió el Faraón de haber dejado en libertad a los israelitas. Dio la alarma a sus soldados y a los conductores de los carros de guerra. Con ellos salió a persecución de los israelitas que habían acampado junto al mar de juncos. Uno de sus vigilantes vio a lo lejos una nube de polvo: ¡Vienen los egipcios! Los israelitas estaban muertos de miedo, porque se sentían atrapados. Delante de ellos, el mar; detrás de ellos, el enemigo con poderosas armas. Entonces se quejaron a Moisés: ¿Por qué nos ha llevado a la perdición? Aquí moriremos todos. Pero Moisés les contestó: No tengáis miedo. Hoy vais a ver cómo Dios salva.
Moisés extendió su mano sobre el mar, tal como Dios se lo había ordenado. Sopló viento de levante que hizo que se retiraran las aguas. El pueblo de Israel cruzó el lecho del mar, que había quedado seco. Una larga columna de los hombres y mujeres, de chicos y chicas, de vacas y ovejas.
Los egipcios llegaron a la orilla. No vacilaron mucho. Se lanzaron detrás de los israelitas. Pero el camino por el que cruzaron los israelitas, confiados en Dios, se convirtió para los egipcios en camino de muerte. Volvieron las masas de agua. Los caballos y los carros de guerra y todo el ejército de Faraón fueron sepultados por las aguas. Los israelitas vieron cómo Dios salva.
Miriam hermana de Moisés sabía tocar el tamboril. Danzo con las mujeres y cantó un himno de victoria: ¡Alabad al Señor, ensalzadle! Porque hizo que se hundieran en el mar los caballos y los carros (Ex 14-15)
Figura 1: Dios salva a su pueblo Fuente: Internet
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