Después
de la muerte de Saúl, David fue proclamado rey sobre todo Israel. Conquistó
Jerusalén y la convirtió en capital de su reino. Hizo traer a Jerusalén el arca
santa con las tablas de la ley, en las que estaban grabados los mandamientos de
la alianza. David quería que Jerusalén fuera la cuidad de Dios.
David
confiaba en Dios. Quería guardar la alianza concertada con Dios. Una vez que
hizo una cosa mala, confesó su culpa y pidió perdón a Dios. Un día, David mandó
llamar a Natán. Natán era un varón a quien Dios había designado como portavoz:
era un profeta. David dijo a Natán: Yo vivo en un magnífico palacio, pero
el arca Santa sigue albergándose en una tienda. Quiero construir para Dios una
casa.
Al
día siguiente, volvió Natán para ver a David y le dijo: Dios no quiere que
construyas para él una casa. Al contrario: él construirá para ti una casa: una
casa viva. Cuando tú mueras, tu hijo reinará sobre el pueblo de Dios. Estas
palabras tienen vigencia para siempre. Por eso; el pueblo de Dios cree que el
gran salvador, el mesías prometido por Dios a los
hombres, nacerá de la familia de David (2 Sm 7).
Figura 1: David, rey de Jerusalén Fuente: Internet
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