lunes, 21 de diciembre de 2015

Proverbios de Salomón

Un hijo de sensato es la alegría de sus padres; un hijo necio les causa aflicción (10, 1).
El odio provoca reyertas; el amor crea armonía (10, 12).
El que ayuda a otros recibirá ayuda; el que da de beber al sediento nunca morirá de sed (11, 25).
El que va por caminos rectos tiene en cuenta a Dios; el que va por caminos torcidos lo menosprecia (14,12).
El que desprecia al prójimo peca; feliz el que se apiada de los que padecen necesidad (14, 21).
El que no quiere escuchar el clamor del pobre pedirá ayuda y nadie lo escuchará (21, 13).

Salomón edifica una casa para Dios

El rey David murió y fue enterrado en Jerusalén. Su hijo Salomón gobernó en Israel.

Salomón era un rey sabio. Sabía lo que es justo y lo que es injusto. En Jerusalén edificó para así un palacio y construyó una casa para Dios: el templo. En él depositó el arca santa. En el día de la dedicación del templo, Salomón oró así: ¡Señor, Dios mío! prometiste estar cerca de nosotros en este templo. ¡Escucha mi oración! ¡Escucha a todos los que te invoquen en esta casa! ¡Escúchanos, Señor, y perdónanos nuestras culpas!

Salomón no tuvo que meterse en guerras como su padre David. Concertó tratados con otros pueblos. Fomentó le comercio y envió naves para que cruzaran los mares. Se enriqueció mucho. Hizo que vinieran artesanos extranjeros, y se casó con mujeres extranjeras. Los extranjeros que habían venido al país invitados por Salomón permitió que en tierra de Israel esas personas levantaran altares a sus Dioses. Salomón oró a los Dioses de los extranjeros y les rindió adoración. De esta manera traicionó al único Dios verdadero. Quebrantó la alianza (1 Re 2-11).


                                        Figura 1: Salomón edifica una casa para Dios Fuente: Internet

Un cántico de David

Señor, tú eres mi pastor;
y no me falta de nada.
Me llevas a verdes praderas
y a lugares tranquilos junto a las aguas.
Me guías por caminos seguros.
Aunque camine por quebradas oscuras,
no tendré miedo,
porque tú estás conmigo (véase Sal 23).

David, rey de Jerusalén

Después de la muerte de Saúl, David fue proclamado rey sobre todo Israel. Conquistó Jerusalén y la convirtió en capital de su reino. Hizo traer a Jerusalén el arca santa con las tablas de la ley, en las que estaban grabados los mandamientos de la alianza. David quería que Jerusalén fuera la cuidad de Dios.

David confiaba en Dios. Quería guardar la alianza concertada con Dios. Una vez que hizo una cosa mala, confesó su culpa y pidió perdón a Dios. Un día, David mandó llamar a Natán. Natán era un varón a quien Dios había designado como portavoz: era un profeta. David dijo a Natán: Yo vivo en un magnífico  palacio, pero el arca Santa sigue albergándose en una tienda. Quiero construir para Dios una casa.

Al día siguiente, volvió Natán para ver a David y le dijo: Dios no quiere que construyas para él una casa. Al contrario: él construirá para ti una casa: una casa viva. Cuando tú mueras, tu hijo reinará sobre el pueblo de Dios. Estas palabras tienen vigencia para siempre. Por eso; el pueblo de Dios cree que el gran  salvador,  el mesías  prometido  por  Dios a los    hombres, nacerá   de  la familia de David (2 Sm 7).



       Figura 1: David, rey de Jerusalén  Fuente: Internet

David, el pastor de Belén

David, de Belén, fue el segundo rey de Israel y el más insigne  de todos. Confiaba en Dios y Dios estaba con él. Por eso, el pueblo de Dios no olvidará el nombre de David. En Israel se refieren muchas historias sobre David.

David era el hijo menor de Jesé. Estaba cuidando de las ovejas cuando llegó Samuel a ungirle  por rey. David era buen pastor: Conocía y amaba a sus ovejas, y no corría atemorizado cuando un León o un oso aparecía rugiendo. David era valiente. No tenía miedo a los enemigos de Dios y de su pueblo. Se cuenta de él que, siendo un muchacho, fue a ver a sus hermanos, que estaban en el campamento. Allí se enteró de que un grandullón forzudo, el gigante Goliat, se burlaba de los israelitas y de su Dios. Ningún israelita se atrevía a luchar  con Goliat. Pero David le dijo: Te vas a enterar de lo fuerte que es el  Dios de Israel. Pus una piedra en su honda, la hizo girar velozmente sobre su cabeza u la lanzó, alcanzando en medio de la frente al gigante Goliat, que cayó a tierra.
Los enemigos tuvieron miedo. Ya no quisieron luchar contra Israel. Salieron corriendo.

David sabía cantar canciones y tocar el arpa. En el libro de los salmos, que es el cantoral del pueblo de Dios, hay 150 cánticos como los que cantaba David.

Durante algún tiempo, David vivió con el rey Saúl. Cuando Saúl se ponía triste, David tocaba el arpa, Y entonces Saúl volvía a estar alegre. Como Dios estaba con Saúl, éste era capaz de vencer a sus enemigos. Por eso, Saúl le nombró jefe de su ejército. Pero, como David triunfaba y el pueblo lo aclamaba con entusiasmo, Saúl tuvo envidia. Quiso eliminar a David. Durante años, David, con un grupo de amigos, tuvo que ocultarse para escapar de Saúl.

Los filisteos volvieron a atacar a Israel, pero el ejército de Saúl no pudo contener el ataque, En la serranía de Gelboé murieron los tres hijos de Saúl. También Saúl resultó gravemente herido. Y se dio muerte a sí mismo dejándose caer sobre su propia espada (1Sm 16-31).


                                                            Figura 1:  David, el pastor de Belén Fuente: Internet

El pueblo quiere tener un rey

Los israelitas se repartieron las tierras de tal forma que cada de las doces grandes tribus recibiera su propio territorio. Los ancianos de las tribus repartieron las tierras entre familias. Cada familia recibió suficiente terreno para su sustento.

Las tribus vivían independientes. Pero contra el enemigo se defendían unidas. En esas ocasiones, Dios les enviaba un salvador que les sacaba del peligro.

Sin embargo, a Israel se le hizo muy difícil confiar únicamente en Dios y aguardar a que a que él enviase un salvador en cada  una de las situaciones de peligro. Ellos querían tener un caudillo permanente, un rey. Samuel era un salvador enviado por Dios. Preguntó al pueblo: ¿Queréis de veras inclinaros ante un hombre, trabajar para él, pagarle impuestos? Y los representantes de las tribus dijeron: Queremos ser como los demás pueblos.

Que un rey nos diga lo que es justo y lo que no es justo.
Que un rey sea nuestro jefe en tiempo de guerra.

Dios dijo a Samuel: Escucha lo que los hombres dicen. No te han rechazado a ti, sino a mí. Entonces Samuel, por encargo de Dios, ungió a Saúl por rey de Israel. Dios le concedió su Espíritu. Saúl habría sido siempre un buen rey si hubiese confiad de corazón en Dios. Pero Saúl no quería fiarse de nadie, ni siquiera de Dios. No depositaba su confianza en nadie. Se llenó de tristeza y se extravío. Dios no estaba ya con él. Por eso no era ya capaz de acaudillar ni defender al pueblo de Israel (1 Sm 8-15).


                                                            Figura 1: El pueblo quiere tener un rey  Fuente: Internet

En la tierra prometida

Antes de su muerte, Moisés designó como jefe de su pueblo a Josué. Él se pondría al frente de los Israelitas para hacerlos entrar en Canaán, el  país en que habían vivido Abrahán, Isaac y Jacob. Pero los pueblos que vivían en Canaán no querían que los israelitas confiaron en la promesa de Dios. No dejaron que les echaran. Poco a poco fueron conquistando el país. Construyeron aldeas y vivían de la agricultura, lo mismo que los cananeos.

Los israelitas aprendieron de los cananeos muchas cosas: cuándo hay que sembrar el grano o cuándo hay que vendimiar; aprendieron hacer buenas comidas y a confeccionar ropa. Pero en una cosa no debían imitar a los cananeos, si querían permanecer fieles a la alianza  que habían hecho con Dios: No debían adorar ni servir a los dioses de los cananeos. A los israelitas les costó guardar este mandamiento, pues los cananeos tenían lugares de culto por todas partes, en las tierras, en los montes y bajo la sombra de altos árboles, y allí adoraban a sus dioses, pidiéndoles lluvias y buenas cosechas.

En aquel tiempo, los israelitas tuvieron una nueva experiencia: Mientras permanecían fieles a Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, él los protegía y los bendecía pero, cuando le eran fieles, caían sobre ellos calamidades y tribulaciones. Ahora bien, si se volvían a Dios, confesaban sus culpas y le pedían perdón, él los miraba otra vez con amor y los bendecía (Jos; Jg)

    
                                                    Figura 1: En la tierra prometida   Fuente: Internet

La Muerte de Moisés

Dios había liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Durante cuarenta años de peregrinación por el desierto, los israelitas aprendieron a confiar en Dios. Aprendieron también a convivir unos  con otros.

Las mujeres y los hombres que habían salido de Egipto con Moisés envejecieron y fueron muriendo en el desierto. También Moisés envejeció. Se dio cuenta de que iba a morir pronto. Entonces bendijo al pueblo.


Dijo:¡Qué dichoso eres, Israel! ¿Quién podrá compararse a ti, que eres un pueblo salvado por el Señor?  Después subió Moisés a la cumbre del monte Nebo. Desde allí, el Señor le mostró todo el país de Canaán, prometido por él a su pueblo. Moisés murió en la frontera misma de ese país. Pues Dios le había dicho: Haré que veas el país con tus  propios ojos. Pero no entrarás en él. Durante treinta días lloraron los israelitas la  muerte  de Moisés (Dt 33-34).



                                                            Figura 1: La Muerte de Moisés   Fuente: Internet

domingo, 20 de diciembre de 2015

Reglas de conducta

Escucha, pueblo de Israel: El señor es tu Dios, el señor y nadie más. Por es, lo amarás con todo tu corazón, con todo tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6, 4-5).

Cuando asedies una cuidad, no destruirás sus árboles a hachazos. Come de los frutos de los árboles, pero no tales el arbolado (Dt 20, 19).

No explotarás a la viuda ni al huérfano que no tienen a nadie. Si les haces daño y ellos claman a mí, yo estaré de su parte.

Si ves extraviado el buey o la oveja de tu hermano, no te desentiendas. Ve a devolvérselos a su dueño (Dt 22, 1).

Si   un  pobre   trabaja   para  ti,  no  lo hagas   esperar   su  jornal.  Págale  el  jornal  ese  mismo  día   (Dt 21, 14-15).

Cuando recojas las aceitunas de tu  olivar y cuando vendimies tus viñedos, no rebusques demasiado. Deja para los pobres las aceitunas y las uvas que queden (Dt 24, 20-24).

No oprimáis a los forasteros que vivan en vuestro país. Concededles los mismos derechos que vosotros tenéis. Amad a los forasteros como a vosotros mismos, y no olvidéis que también vosotros fuisteis forasteros en Egipto. Os lo digo yo, que soy el Señor, vuestro Dios (Lv 19, 33-34).

No insultes al sordo, que no puede defenderse. No pongas obstáculos en el camino del ciego para que tropiece (Lv 19, 14).


No odiarás a tu hermano en tu corazón. Reprende a tu prójimo, para que no seas tú también culpable de lo que  él hace. No seas tú también culpable de lo que él hace. No seas vengativo ni guardes rencor. Ama a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19, 17-15).


                                                        Figura 1: Reglas de conducta    Fuente: Internet

Dios elige un pueblo

El pueblo de Israel caminaba por el desierto, yendo de acampada en acampada. Al tercer mes, establecieron su campamento al pie del monte de Sinaí. Moisés subió al monte para encontrarse con Dios. Dios le dio el siguiente encargo: Di a los israelitas: Y a habéis visto que soy más poderoso que los egipcios. Os he llevado como un águila lleva a sus polluelos. Si escucháis lo que os digo y guardáis mi alianza, entonces seréis un pueblo. La tierra entera me pertenece. Pero vosotros me pertenecéis como un pueblo de sacerdotes que están dispuestos a servirme: un pueblo elegido y santo.

Cuando Moisés bajó del monte y dijo al pueblo lo que Dios le había ordenado, todos exclamaron: Estamos dispuestos. Haremos todo lo que Dios dice: Viviremos como Dios quiere que vivamos. En el Sinaí, Dios dictó mandamientos a su pueblo. Estos mandamientos tienen validez para todos los hombres y para todos los tiempos. Todos los que sean fieles a Dios sentirán que Dios es fiel con ellos. Dios dijo: Yo soy el Señor, tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del lugar de esclavitud.

1. No tendrás otros dioses junto a mí. No te harás imagen alguna de Dios. No servirás a nadie más que a mí.
2. No profanarás mi nombre.
3. El séptimo día será para ti un día santo. En él no trabajará nadie.
4. Honrarás a tu padre y a tu madre.
5. No matarás.
6. No cometerás adulterio.
7. No robarás.
8. No dirás falsedades contra tu prójimo.
9. No codiciarás los bienes de otra persona.
10. No codiciarás los bienes de otra persona.

Moisés grabó en dos tablas de piedra los mandamientos que Dios había dado a su pueblo. Depositó las tablas en el arca santa. Las tablas son garantía de la alianza que Dios hizo con su pueblo de Israel (Ex 19-20).

                                                             Figura 1: Dios elige un pueblo    Fuente: Internet

Dios cuida de su pueblo

Desde el mar de juncos. Moisés condujo al pueblo de Israel por el desierto. Al cabo de tres días encontraron un manantial. Pero el agua que brotaba de él era amarga. No se podía beber. Los israelitas protestaron contra Moisés: ¡Por ti nos morimos de sed en el desierto! Moisés oró a Dios: ¡Socórrenos! Y Dios mostró a Moisés un leño. Moisés lo arrojó al agua, y ésta perdió su sabor amargo. Los sedientos pudieron beber.

Al poco tiempo, los israelitas vinieron otra vez con protestas a Moisés: ¿Por qué nos trajiste al desierto? ¡Si nos hubiéramos quedado en Egipto! Allí teníamos potes llenos de carne y pan en abundancia. Pero Dios dijo a Moisés: yo os daré pan y carne, para que aprendáis que se puede confiar en mí. Y así fue realmente. Al atardecer, una gran bandada cubrió el campamento. Las aves se dejan atrapar. De madrugada, el suelo estaba cubierto de copos de mamó blancos y dulces. Pudieron recoger todos lo que quisieron. Y se saciaron. Y no sólo aquel día, sino todos los días. Mientras el pueblo de Israel anduvo por el desierto (durante cuarenta años), Dios le proveyó de pan y carne.

Desde entonces, los padres refieren a sus hijos cómo cuidó Dios de su pueblo, y cómo sigue cuidando de él.
Sepan todos que se puede confiar en Dios y que uno puede sentirse seguro de su ayuda (Ex 15, 22-16, 36).


                                                           Figura 1: Dios cuida de su pueblo    Fuente: Internet

Dios salva a su pueblo

Pronto se arrepintió el Faraón de haber  dejado en libertad a los israelitas. Dio la alarma a sus soldados y a los conductores de los carros de guerra. Con ellos salió a persecución de los israelitas que habían acampado junto al mar de juncos. Uno de sus vigilantes vio a lo lejos una nube de polvo: ¡Vienen los egipcios! Los israelitas estaban muertos de miedo, porque se sentían atrapados. Delante de ellos, el mar; detrás de ellos, el enemigo con poderosas armas. Entonces se quejaron a Moisés: ¿Por qué nos ha llevado a la perdición? Aquí moriremos todos. Pero Moisés les contestó: No tengáis miedo. Hoy vais a ver cómo Dios salva.

Moisés extendió su mano sobre el mar, tal como Dios se lo había ordenado. Sopló viento de levante que hizo que se retiraran las aguas. El pueblo de Israel cruzó el lecho del mar, que había quedado seco. Una larga columna de los hombres y mujeres, de chicos y chicas, de vacas y ovejas.

Los egipcios llegaron a la orilla. No vacilaron mucho. Se lanzaron detrás de los israelitas. Pero el camino por el que cruzaron los israelitas, confiados en Dios, se convirtió para los egipcios en camino de muerte. Volvieron las masas de agua. Los caballos y los carros de guerra y todo el ejército de Faraón fueron sepultados por las aguas. Los israelitas vieron cómo Dios salva.

Miriam hermana de Moisés sabía tocar el tamboril. Danzo con las mujeres y cantó un himno de victoria: ¡Alabad al Señor, ensalzadle! Porque hizo que se hundieran en el mar los caballos y los carros (Ex 14-15)


                                                        Figura 1: Dios salva a su pueblo    Fuente: Internet

La primera noche de Pascua

Luego dijo Dios a moisés: Hoy por la noche, el faraón os dejara ir. Estad preparados para poneros en camino. Cada familia sacrifique un cordero. Con su sangre haréis una señal en la puerta de vuestras casas. Poneos sandalias para caminar. Tened el bastón en la mano. Comed de prisa y no dejéis restos. Esta noche morirán los primogénitos de los egipcios. Por vuestras casas, marcadas en la puerta con la sangre, pasara de largó el ángel de la muerte.

Todo sucedió tal como Dios había dicho. Los primogénitos de los egipcios murieron. Murió el primogénito del pobre y también del primogénito del Faraón. Aquella noche, los egipcios lloraron por sus hijos. Entonces el Faraón mando a llamar a Moisés y Aarón y les ordenó: ¡Rápido, marchaos inmediatamente! llevaos con nosotros todas vuestras cosas. Los israelitas se marcharon de Egipto.


El pueblo de Israel no olvidó nunca esa primera noche de pascua. Los padres israelitas no olvidaron que Dios había respetado la vida de sus respectivos primogénitos. Desde entonces, con ocasión del nacimiento de su primer hijo varón, hacen una ofrenda. Cada año celebran la pascua, la fiesta del <<éxodo>>, y se le explican así a sus hijos: Con mano fuerte nos libró Dios de la esclavitud de los egipcios (Ex 12-13)


     
Figura 1: La primera noche de Pascua   Fuente: Internet

sábado, 19 de diciembre de 2015

Deja en libertad a mi pueblo

Moisés y Aarón fueron a ver al Faraón. Le exigieron: ¡Deja en libertad a nuestro pueblo! Así lo quiere Dios. El Faraón no pensaba dejar libres a los israelitas, pues trabajaban para él. Les dijo: ¿Quién es el Dios de Israel para que yo lo obedezca? No sé quién es, y nos dejaré marchar a los israelitas. Les exigiré que trabajen más todavía, para que no olviden quién es el que manda aquí Aquel mismo día ordenó a los vigilantes: Hagan trabajar duramente  a los israelitas para que se dejen de cuentos.

Los israelitas gemían bajo aquellos trabajos forzados. Moisés oró al Señor. Y  Dios lo prometió; Yo soy Dios y os sacaré de Egipto. Vosotros seréis mi pueblo. Y os daréis cuenta que yo soy su Dios. Os conduciré al país que prometí a Abrahán,  Isaac y Jacob. Y ese país os lo daré como herencia.

Dios hizo sentir su poder al Faraón. Cayeron sobre Egipto plagas desastrosas: tormentas, malas cosechas, aguas contaminadas, peste de ganado. El aire estaba tan contaminado, que todos les salieron llagas en la piel. El Faraón se dio cuenta de dónde venían esas desgracias. Fingió israelitas sometidos a trabajos forzados. Pero, en cuanto terminaba la plaga, el Faraón se volvía atrás y no concedía la libertad (Ex 5-11)


                                                                 Figura 1: Deja en libertad a mi pueblo  Fuente: Internet

Dios envía a Moisés

 Moisés iba con el rebaño por el desierto. Llegó al Sinaí, el monte de Dios. Allí vio una zarza que ardía sin consumirse. Moisés se acercó lleno de curiosidad. Y oyó una voz: ¡Moisés, Moisés! Yo soy el Dios de tus padres; el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Moisés se tapó la cara. Tenía miedo de mirar a Dios. Pero Dios le habló así: He visto como maltratan a mi pueblo en Egipto. He oído sus gritos de dolor: Sé lo que está sufriendo. Por eso yo te envío al Faraón. Tú sacarás de Egipto a mi pueblo. 

Moisés respondió: ¿Quién soy yo para representarme ante el Faraón y darle órdenes? Pero Dios le dijo: Yo estaré contigo.

Moisés puso otra dificultad: Los israelitas no me creerán, cuando yo les diga que el Dios de sus padres me envía a ellos. Me replicarán: Dinos cuál es su nombre. ¿Qué les responderé? Dios le dijo: Yo soy el que soy. Ése es mi nombre para siempre. Moisés seguía sin querer aceptar ese cargo de Dios. Dijo: No tengo facilidad de palabra. Le respondió Dios: Ve yo indicaré lo que debes decir. Moisés le replicó: ¿Por qué no envías a otro? pero Dios había elegido a Moisés.


Moisés regresó con su familia a Egipto. Su hermano Aarón salió a recibirle. Moisés y Aarón fueron y reunieron a los padres de familia de los israelitas. Les hablaron del encargo que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob le había dado a Moisés. Los israelitas se dieron cuenta de que Dios quería sacarlos de su situación apurada. Confiaron en Dios y lo adoraron (Ex 3-4).


                                                                           Figura 1: Dios envía a Moisés   Fuente: Internet

Dios Salva a Moisés

José y  sus hermanos murieron. Sus hijos y nietos, los israelitas, vivían  en Egipto. Allí se convirtieron en un gran pueblo. Transcurrió mucho tiempo. Reinaba en Egipto un nuevo Faraón. No sabía en absoluto la ayuda que José había prestado  Egipto en aquella época de intensa hambre. Tenía miedo de los israelitas y dijo: Son fuertes. Tienen muchos hijos. Pronto serán más numerosos que nosotros los egipcios. Pero yo lo impediré. En primer lugar, aquel Faraón obligó a los israelitas a realizar trabajos forzados. Tenían que construir ciudades. Además, el Faraón ordenó que todos los hijos recién nacidos de los israelitas. Si eran varones, fuesen ahogados en el Nilo. No habiendo ya hijos varones el pueblo israelita se extinguiría. 

Había una madre que quería salvar a su niño pequeñito. Primero lo ocultó en casa. Al cabo de tres meses, no pudo seguir ya ocultándolo en ella. Tejió una canasta de mimbre. La embadurnó bien  de barro y betún  para que flotara y no entrase el agua. Luego colocó en ella a la criatura y depositó la canasta entre los juncos, a la orilla del Nilo. Miriam, hermana del niño, se quedó a cierta distancia para ver lo  que sucedía con la canasta.

Llegó al Nilo la hija del Faraón. Quería bañarse en el río. Descubrió la canasta abandonada a la orilla y mandó  recogerla. Vio en ella al niño, y tuvo compasión del pequeñín. Miriam salió de su escondite y preguntó: ¿Quieres que busque una mujer para que lo críe? La hija del Faraón dijo: Sí, hazlo. Miriam fue a buscar a la madre del niño. La hija del rey se lo confió para que lo cuídese. Le puso por nombre Moisés.

Moisés fue creciendo y Vivía en el palacio. Fue educado como egipcio. Pero no olvidó jamás que pertenecía a aquel pueblo al que se sometía a duros trabajos de esclavitud. Vio una vez cómo un egipcio maltrataba a un israelita. Moisés se puso furioso y mató al egipcio. Tuvo entonces que huir. Fue al país de Madián y trabajó como pastor en casa del sacerdote Jetró. (Ex 1-2)


                                                           Figura 1: Dios Salva a Moisés   Fuente: Internet

Jacob y sus hijos van a Egipto

Dos años más tarde, el Faraón, el rey de Egipto, tuvo un sueño. Consultó a todos los sabios e intérpretes de sueños que había en su país, pero nadie supo interpretar el sueño. Entonces el copero se acordó de José.

Dijo el Faraón: En la cárcel hay un joven israelita. Él supo interpretar mi sueño y el del panadero. Lo que él nos dijo sucedió. El Faraón mando llamar a José y le contó su sueño: Salen del río Nilo siete vacas sanas y gordas. Y después salen otras siete vacas flacas mal alimentadas. Y estas últimas se comen a las primeras. Y siete espigas hermosas y granadas y llenas.

José explicó al Faraón: Dios te mostró durante la noche lo que va a suceder. A lo largo de siete años habrá buen ganado y los campos darán trigo en abundancia. Luego vendrán siete años de sequía en los que no caerá ni una gota de agua. Los animales morirán de sed. Y el grano se secara. Puedo darte un consejo: manda a construir graneros, compra los excedentes de los años de buena cosecha. Guarda provisiones para los años de hambre. El Faraón creyó a José. Y le nombró administrador. Y cuando, una vez pasado los siete años de abundantes cosechas, no cayó ni una solo gota de agua, el ganado murió de sed y las mieses se secaron se secaron. Pero José abrió entonces los graneros.

Desde muy lejos llegaba gente hambrienta para comprar trigo en los graneros de José. 

Jacob y sus hijos no tenían tampoco qué comer. Así que Jacob envió a Egipto. José vio a sus hermanos y enseguida los reconoció. Pero ellos no lo reconocieron. José puso a prueba a sus hermanos. Quería saber si ahora eran buenos hermanos unos con otros. Mandó que en el saco de Benjamín pusieran su propia copa de plata. Cuando los hermanos se disponían  a emprender el regreso, José envío as administrador para que lo alcanzara. Él les mandó detenerse y les acusó: ¿Por qué devolvéis mal por bien? ¿Por qué habéis robado la copa de plata de mi señor? Los hermanos se defendieron: No hemos robado nada. Pero, al registrar el saco de Benjamín, apareció en él la copa.

Entonces todos los hermanos regresaron adonde José. José les dijo: Todos los demás pueden marcharse. Queda detenido únicamente aquel en cuyo saco apareció la copa. Judá le contestó: Nuestro padre quiere mucho a su hijo más pequeño. Se moriría de pena, si algo le ocurriese. Déjame que me quede yo en lugar de Benjamín.

Y José no pudo ya reprimirse: Yo Soy José, vuestro hermano, les dijo. Vosotros me vendisteis; os portasteis val conmigo. Pero Dios lo cambió todo en bien. Dispuso que yo viniera a Egipto para poder salvarlos a vosotros ahora. Regresad enseguida donde vuestro padre y volved con él a Egipto. Aquí no padeceréis de necesidades.

Jacob se alegró con toda su alma al enterarse de que José vivía. Y marchó a Egipto con sus hijos y con las familias  de sus hijos. Allí vivieron como pastores en la región de Gosén.


Mientras duró el hambre. José cuido a sus hermanos. (Gn 41-47)


                                  Figura 1: Jacob y sus hijos van a Egipto  Fuente: Internet

jueves, 17 de diciembre de 2015

José, llevado a Egipto

Jacob quería a José más que a ningún otro de sus hijos. Le regalo  una hermosa túnica. Entonces los demás hermanos tuvieron envidia . Un día Jacob  envió a Jose adonde estaban sus hermanos apacentando los rebaños. Ellos, al verle, le agarraron y le echaron a un pozo vacío, sin agua. Al principio querían matarlo. Luego lo vendieron por 20 monedas de plata a unos comerciantes extranjeros. Los hermanos desgarraron la túnica de José y la rociaron con sangre de cordero. Después la enviaron a su padre Jacob por medio de un recadero. Jacob reconoció en seguida la túnica. Creyó que alguna fiera había devorado a José, Jacob lloró durante mucho tiempo a su hijo  más querido.

José llegó a Egipto en compañía de aquellos comerciante. Allí lo vendieron a un funcionario llamado Putifar. José trabajo para él  y todo lo que hacía le salía  bien. Pues Dios estaba con él. Putifar lo nombró administrador de su casa. La mujer de Putifar quiso seducir a José. José se negó, y entonces la mujer lo calumnió ante su marido. Putifar mandó a encarcelar a José. En aquella cárcel estaban presos también el panadero y el copero del Faraón. Una vez, tuvo cada uno de ellos un sueño. Contaron a José, y él pude decirles lo que aquellos sueños significaban: Al copero seria absuelto  y volvería a su trabajo. El panadero sería condenado y ejecutado. Todo sucedió tal como José había dicho (Gn 37; 39-40)


                                                    Figura 1: José, llevado a Egipto  Fuente: Internet

Isaac, Esaú y Jacob

Isaac heredó los rebaños de Abrahán y sus criados y criadas. Heredó también la bendición de Dios. Como su mujer Rebeca no tenía hijos, Isaac oró a Dios y Dios le escuchó. Rebeca dio a luz dos hijos. Eran mellizos. pero desde el primer día nadie pudo confundirlos. El primogénito tenía bello en brazos y piernas. Sus padres le pusieron por nombre Esaú. El otro hijo tenía la piel suave. le pusieron por nombre Jacob. Esaú se hizo cazador. Jacob prefería quedarse cerca de las tiendas y trabajaba de pastor y labrador. Isaac quería más a Esaú, por que le gustaban muchos los asados que le preparaba con los animales que él cazaba. Pero Rebeca quería más a Jacob.

En una ocasión, Jacob acababa de hacer un guiso de lentejas cuando regresó a casa Esaú. Venía exhausto. Dijo:-dame un poco de ese guiso rojizo. Jacob respondió: véndeme primero tu derecho de primogénito. Con un juramento, Esaú le vendió ese derecho. Y entonces Jacob le dio pan y guiso de lentejas.

 Isaac se hizo viejo y perdió la vista. Un día le dijo a Esaú: ve a cazar y prepárame un buen asado. Luego te transmitiré la bendición de Dios. Rebeca oyó las palabras de Isaac. Quería que fuera Jacob el que recibiera la bendición. Por eso lo dijo: Tráeme dos cabritos. Hizo con ellos un asado. Después enrolló la piel de los cabritos en los brazos y  en el cuello de Jacob. Y le mandó que fuera a ver a Isaac.

Isaac oyó pasos. preguntó: ¿Quién eres? soy Esaú, respondió Jacob. Te traigo el asado. Come primero, y luego me darás la bendición, tal como me lo prometiste. Isaac palpo los brazos de su hijo. Toco la piel velluda de los cabritos. Y cayo en el engaño. Bendijo a Jacob: Bendito sea el que te bendiga.


Inmediatamente después regresó Esaú de la cacería. Trajo a su padre un asado. le pidió su bendición. Entonces Isaac se dio cuenta de que su hijo Jacob le había engañado. pero no podía retirar ya su bendición. Esaú se puso furioso. Dijo: Cuando aya muerto nuestro padre Isaac, mataré a Jacob. Rebeca lo oyó. Y le dijo a Jacob: Huye a Jarán, a casa de tu tío Laban. Aguarda allí hasta que a Esaú se le haya olvidado su enojo. Jacob marchó a casa de Laban. Trabajo para Laban pastoreando sus vacas. Pero cuidó también des sus propios rebaños. Se casó y tuvo hijos.


Al cabo de veinte años, Jacob con toda su familia regresó a Canaán. Estando de camino, pasó la noche junto al rió Yaboc. Había llevado todas sus pertenencias a la otra orilla , y él se quedó allí solo. Aquella noche, un hombre luchó con Jacob hasta el amanecer. Después de la lucha, aquel hombre bendijo a Jacob y le habló así: Desde ahora no te llamarás ya Jacob, sino Israel, que quiere decir: <<Campeón de Dios>>. Pues has luchado con Dios y con hombres y has quedado vencedor.


Jacob se reconcilió con su hermano Esaú. Vivió en el país de Canaán y tuvo doce hijos: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, José, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser: Fueron los patriarcas del pueblo de Israel (Gn 25-35).



                                                                                Figura 1:  Isaac, Esaú y Jacob  Fuente: Internet

lunes, 14 de diciembre de 2015

La Fe de Abrahán

Dios cumplió su promesa. Sara, una mujer que ya era bastante mayor, llegó hacer madre y Abrahán que también era mayor fue padre y tuvo un heredero. Sara y Abrahán pusieron a su hijo el nombre que Dios le había dicho. Y lo llamaron Isaac, que significa: «¡Sonría Dios amistosamente!». Isaac iba creciendo.

Dios quiso poner a prueba a Abrahán. Le dijo: Lleva contigo a tu hijo, a tu hijo único, a quien quieres mucho, y ofrécemelo en holocausto. De madrugada, Abrahán fue por el asno y cargó leña sobre él. Después llamó a sus criados y a su hijo. Tres días caminaron en dirección a un monte, Abrahán ordeno a sus criados que se quedaran allí con el asno: yo subiré con Isaac al monte. Después de orar y ofrecer un sacrificio, regresaremos.

Isaac iba cargado con la leña. Abrahán llevaba el cuchillo con un cubo con brasas ardiendo. Padre dijo Isaac. Llevamos leña y fuego. Pero no llevamos la víctima para el sacrificio. - Dios cuidará de eso, le respondió Abrahán.
En lo alto del monte, Abrahán levantó con piedras un altar. Amontonó sobre él la leña. Luego ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre la leña. Sacó el cuchillo. Entonces oyó la voz: -¡Abrahán! no le hagas nada al muchachoMe has demostrado que me escuchas y confías en mí, pues estabas dispuesto a sacrificarme a Isaac, tu único hijo.

Abrahán miró alrededor y vio un carnero con los cuernos enredados en una zarza. Puso el animal sobre el altar y se lo ofreció en sacrificio a Dios. Después bajó del monte, acompañado por Isaac (Gn 21, 1-8; 22).


Figura 1: La Fe de Abrahán Fuente: Internet

Dios hace una Alianza con Abrahán

Una noche habló Dios con Abrahán y le dijo: no tengas miedo.Te protegeré y te haré rico. Abrahán respondió: ¿Para qué quiero la riqueza, mientras no me des lo más importante? No tengo ningún hijo que sea mi heredero y perpetúe mi nombre. Pero Dios dijo a Abrahán que saliera de la tienda. Mira al cielo, le dijo. Cuenta, si puedes, las estrellas. Tan numerosos como las estrellas serán los hijos y las hijas que has de tener. Abrahán confió en Dios .Y a Dios le agradó la fe de Abrahán.

Abrahán había plantado su tienda  junto al encinar de Mambré. Hacia el mediodía, estaba él sentado a la entrada de la tienda, y  vio llegar a tres hombres. Abrahán se levanto y corrió a su encuentro: No paséis de largo por mi tienda. Entrad y descansad. Abrahán ofreció aquellos forasteros mantequilla y leche, carne y pan. Después de la comida, preguntó uno de los invitados: Abrahán, ¿dónde está tu mujer Sara? Está ahí, en la tienda, respondió Abrahán. Y el forastero le dijo: Volveré el año que viene, por esta época. Entonces Sara tendrá un niño.

Sara estaba en la tienda, detrás de Abrahán. Oyó lo que el forastero acababa de decir: Y se reía pensando: Ese forastero no sabe lo vieja que soy; También Abrahán es viejo. Pero el forastero preguntó: ¿Hay algo imposible para Dios? (Gn 15, 1-6; 18,1-14)


Figura 1: Dios hace una Alianza con Abrahán  Fuente: Internet



domingo, 13 de diciembre de 2015

Dios llama a Abrahán

Abrahán era pastor: Dios le habló así: ponte en camino. Deja tu patria, deja tus parientes, deja la casa de tu padre. Ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y engrandeceré tu nombre. En ti sabrán todos los hombres lo que significa ser  bendecido por Dios. A todos los que te quieran bien, yo les querré bien. A todos los que te quieran mal, yo los maldeciré. Por ti serán bendecidos todos los hombres. 

Abrahán se puso en camino, como Dios se lo había mandado. Tenía entonces 75 años de edad. Llevó consigo a su mujer Sara y a su sobrino Lot. Llevó también todos sus ganados y todos las personas que trabajan para él.

Abrahán marchó al país que Dios le había prometido: a él y a sus hijos. Eran un país con tierras buenas y fértiles. Se llamaba Canaán. Abrahán levantó allí altares para adorar a Dios (Gn 12, 1-8).

Figura: Dios llama a Abrahán Fuente: Internet

Noé y el diluvio

Dios vio que los hombres, creado a su imagen, eran cada vez peores y hacían cosas muy malas. La tierra estaba llena de brutalidades. Y Dios se arrepintió de haber creado al hombre. Dijo Dios: Aniquilaré a los hombres creados por mí. Aniquilare a los hombres, a los animales y a todo lo que vive sobre la tierra.

Noé había sido fiel a Dios. Por eso, Dios quiso salvar a Noé y a su familia librándose de aquel juicio divino. Dijo Dios a Noé: Hazte una arca de madera, que flote sobre el agua como una gran embarcación. Yo haré que venga sobre la tierra una enorme inundación. Todo lo que vive se ahogará en el agua. Únicamente te salvarás tú y los tuyos que estén contigo en el arca.

Noé, ayudado por sus hijos, comenzó a construir el arca, exactamente como Dios le había mandado. Construyeron en la embarcación muchos camarotes, porque debían llevar consigo una pareja de cada una de las especies animales. Dios lo había dicho. Una vez terminado el arca, Noé reunió provisiones.
Y luego entró en el arca. Y con él entraron sus hijos y  las familias de sus hijos.
Metieron en el arca una pareja de cada especie de animal. Detrás de ellos, Dios mio cerró la puerta de la embarcación.

Y entonces comenzó a llover. El agua cayó durante cuarenta días  e inundó la tierra. Los animales se ahogaron .... y también los hombres. Los pájaros no encontraban ya árboles en que posarse. Y así perecieron todos los seres vivos que había  sobre la tierra. Únicamente  Noé y los que habían entrado con él se salvaron del diluvio.

Por fin, al cabo de cuarenta largos días, dejo de llover primeramente, Noé soltó un cuervo,  que regresó pronto al arca. Una semana más tarde, Noé soltó una paloma, Que también regresó. Transcurrida una semana más, Noé soltó otra paloma, que  regresó al arca trayendo en su pico una ramita de olivo. poco después dijo Dios a Noé. Ya puedes salir tú  y todos los que se salvaron contigo. Salieron del arca los hombres y los animales. Para todos comenzó una nueva vida. Noé dijo gracias a Dios y le ofreció un sacrificio.

Dios habló a Noé: Haré una alianza con vosotros : con los hombres y con todos animales. Bajo esta alianza viviréis vosotros y vuestros hijos. Os prometo que no volveré a enviar ya ningún diluvio que extermine la vida sobre la tierra. (Gn 6-9).


Figura 1: Noé y el diluvio  Fuente: Internet